Hacía tiempo que no llovía por esta zona. Supongo que su ausencia despertó en mi interior cierta necesidad de contemplarla. Un paisaje contaminado adquiere ahora otra dimensión, una perspectiva diferente. Brochazos de témpera gris degradan los colores rojizos de mis atardeceres, redefinen recuerdos para una posterior interferencia en los actos.

Millones de lágrimas acarician ventanas de hogares cálidos, vienen para recordar debilidad, esperanza, sueños… Susurran sonrisas que ya nadie se detiene a escuchar. Un mismo trato reservado a nuestros mayores cuyos golpes de tos hacen sacudir purpurina.
Sábanas tejidas en lágrima cubren el cielo.
 

De la Rosa.

Incapaz de comprender tu egoismo.

Se asomaba desde un puente.
Dijo, me oyes, esto es el fin.
Si llego al fondo de este río,
sé que llegaré también a ti.
No quiero que me quieras.
¿Entiendes, no soy feliz?
¿Te has preguntado lo que habré pasado
para llegar hasta aquí?

Nunca entendí tus chantajes
Yo nunca entendí. 

Pasos de baile (imposibles de acompasar).


En tu armario.

Oigo sus pasos recorriendo el dormitorio, a veces pesados, otros ligeros pero siempre marcando el ritmo de mi respiración. Acomodado entre tus ropas, los dedos escriben tu nombre en la puerta creando susurro – arañazo, despertando tu inquietud en un principio. Ahora, diriges una mirada hacia aquí con sonrisa cómplice.

Mis compañeros de habitación son estos figurantes de pan, todos ellos con palabras de gratitud hacia esa niñita que los rescató del olvido. Con ellos suelo tomar café con magdalenas.

Hay días en los que reina la prisa en su dulce tic tac. Haciéndola vestir a toda velocidad, lanzando sus vestidos por doquier, cubriendo mi rostro con alguna camiseta voladora. Es en esos momentos, en su ausencia, cuando salgo de este armario en dirección a su cassette para escuchar su música que invita a bailar y soñar.

En las noches frías de tormenta, suele dejar la puerta entreabierta para mostrar que todo va bien y no hay nada por el que preocuparse. Sentada en su avión con destino sueño, lee sus libros de cubierta bonita. Observándola me quedo, hasta caer dormido.

Espiralia.

Ojos duelen al eclipse lunar configurado en mis dedos. (Allí, duerme el temblor enredado en tus cabellos.) Esqueletos de árbol bailan proyectando sombras que arañan tu espalda, creando senderos labrados en sangre donde pequeñas criaturas son bautizadas y devoradas por decenas de sanguijuelas.

Lágrimas hierven cicatrizando las mejillas.

Miradas odiosas se confunden con luciérnagas, describiendo órbitas a nuestro alrededor. Ríen escupiendo vómito, alimentando el suelo infértil. Tus pies comienzan a hundirse en este lodo, diluyendo el abrazo. Con fuerza clavas los dedos en mis muñecas, llevándote contigo las venas.

Los sueños fueron ahogados en este bosque de barro, lágrimas y sangre. 



A la sombre de Strauss.

Sentado en un extremo de la cama intento recordar noches ahogadas en un estanque, custodiado por nenúfares donde solías recostarte. A través de tus pupilas alcanzaba a ver decorados color fucsia que no llegaré a visitar. Atadas mis muñecas a promesas con sabor a dulce suicidio, dejan entrever un hilillo de sangre alimentado la comisura de tus labios. Labios que no cesaron de sonreír tristeza.

En camisón blanco, hundida en esta bañera me susurraste la agonía del corazón, hiriente al crecer rodeada de todas estas espinas.


Sueños, ilusión, decadencia. Tú.

Solo en esta inmensa casa. Papá y mamá han salido. Anhelan recuperar días de amor y susurro. Mis hermanos ya no se encuentran conmigo. Recogieron hace tiempo sus cazamariposas en busca de abrazos.

El silencio reina en estos pasillos. La hache muda educó mi lenguaje, ayudando a conjugarme en todos tus verbos. Participios e infinitivos ahogados en estas paredes, albergando celosamente el frío que hace doler, mis pies desnudos.

Descubro habitaciones en busca de recuerdos que me definan, señalando de este modo, un principio al que poder abrazar y besar en cuello. El olvido, cansado de volar, se posó sobre una polvorienta caja de zapatos. En ella, imágenes que describen a un niño de rodillas ensangrentadas, guardando orugas. Expectante por cultivar belleza en un hogar quebradizo y mustio donde los colores vivos no tienen cabida entre barrotes – lágrima. Aquel muchacho murió con ellas, incapaces de crear magia. Hoy, diviso una barca acercándose a través de un mar de orugas. Sus olas me llevarán hacia la sonrisa viva de mi niño.

Atardecer.

Sentado sobre este frío mármol, observo caer hojas amarillentas y secas. Donde antes la belleza tenía cobijo ahora únicamente hallarás desnudez. Una Desnudez fría y pálida.

Nubes grisáceas, de vientre intoxicado por húmedo rencor, han terminado autoproclamándose dueñas de todo cielo. Ocultan estelas de aviones... mis privadas estrellas fugaces... Con resignación bajo la mirada hacia mis botas. Ellas están entretenidas en la realización de garabatos con forma de violeta. Contemplándolas, creo ver por un instante tu sonrisa.

Crecientes vientos con sabor a lágrimas hacen revolotear mis cabellos. Comienza la memoria a estremecerse, recreada por el contacto de finos dedos. Remolinos en mi pelo, remolinos que hacen bailar decenas de hojas a mi alrededor. Tiñen ahora mi piel en rojo, bañando con el color de tu sabor, el fin del origen de este firmamento.

Rosas blancas.

Sombras indefinidas en fotográfico movimiento se desplazan por este cuarto sin ventanas. Han encontrado al fin una cuna donde hacer dormir la inocencia de todos estos niños. (Pequeños, llego el turno de que nazcan lágrimas, con el único fin de recorrer rostros inmaculados. Son fruto de vuestra realidad) El hombre del saco mece la cuna.

Palpitaciones corroen las paredes agrietando mis colores, besando delicadamente la razón. Provocan horrorosos sueños de ti que jamás me atreví a relatar. Y es a escasos metros, donde grito tu nombre a una pálida silueta de ojos vendados, comiéndose las entrañas.

¿Cómo te puedo ayudar si continúo ahogándome en millones de motas de polvo? Si tan sólo pudiese evadir la espiral, provocando la muerte de una no – vida… Sería entonces, cuando mis escamados dedos acariciarían tus labios, barnizados en sangre.

La autorreplicación de los objetos.

Recuerdo que el reloj marcó las 16:40. Allí me encontraba, sentado en una esquina de mi habitación. Los brazos rodeando las rodillas, unos ojos perdidos repasando las juntas de las baldosas. A ratos, esos surcos negros temblaban, creo que querían comunicarse conmigo. Ilusiones provocadas por una vista ahora cansada.

La mirada se detiene en un haz de luz que resiste a ser devorada por la oscuridad. En sus entrañas se aprecia un centenar de motas de polvo en suspensión. Parecían bailar. Me invitaban a moverme con ellas.

Me llevo las manos a la cara. Vuelve un sentimiento que creía ya olvidado, una sensación a la que inconscientemente voy poniendo rostro.

Resonancias.

Ella se mueve tan eficientemente. Sus movimientos transmiten seguridad. Presiente que su gran oportunidad se aproxima.

Luz artificial inunda pasillos y oficinas. El suelo encerado refleja sombras deformes. No alcanza a reconocer su rostro. Al despegar la vista, se encuentra con caras pálidas, ojos ahogados en profundas ojeras, sonrisas muertas… Personas ahora parpadeantes. Asustada vuelve a mirar el suelo. El compás nocturno es marcado por el incansable goteo de una máquina de café. Dedos que parecen arañas tejen su nuevo hogar en teclados de ordenador.

Ella cierra los ojos y respira profundamente. Desea que la gran oportunidad llegue brillante a su rescate. Una oportunidad ahora parpadeante.

Nubes de neón.

Anoche me metí debajo de mis sabanas. No me importó el calor, ni que mi cuerpo estuviese empapado. Cada vez que mi mundo se tambalea, busco protección en este improvisado santuario. Los portazos y gritos desaparecen dando paso a una respiración entrecortada. Mi corazón se desboca, los ojos comienzan a empaparse y un deseo de desaparecer golpea con fuerza las sienes. Quiero gritar pero mi voz se encuentra ahogada en melancolía. Y no busco más nada que prender fuego a esta alfombra de terciopelo que hace sangrar mis pies.

Son cientos los caballos que tiran de mí. Me llevan en la dirección contraria donde te encuentras. Es entonces cuando comienzo a susurrar tu nombre, ese que en ciertas ocasiones acabo escribiendo incorrectamente.

No quiero entristecer tus ojos. No quiero provocarte esa ternura que siento hacia ti.

Sonrisas de papiroflexia.

Toda una vida he permanecido a tu lado. He vertido en ti todos mis horrores y como respuesta a tal desprecio encontraba tu mano, deseosa de cubrir mi rostro de aquellas brisas de oscuridad que ahora amenazan con volver. Unas veces te rechazaba, quizás por orgullo. En cambio otras, buscaba con desesperación el refugio de tu mirada.

Mientras escribo estas líneas, cientos de imágenes fragmentadas pasan por mis ojos. En todas ellas puedo ver tu sonrisa, es un recuerdo al que me aferraré.

Hay noches en que deseo abrazarte. Un sentimiento de culpa me impide hacerlo.

Colección privada de santos.

(Shhh) Vísceras para diversión de buitres.
Rodajas para lechos felices (Shhh).


Ahora veo la espalda de la razón. Duro proceso el ver las circunstancias con los ojos enrojecidos.
Pequeños destellos vagan a su antojo en cuencas vacías.

Vísceras para diversión de buitres.
Rodajas para lechos felices.


Hermoso chico, estos días no volverán. Dulce inocencia, niños vestidos de blanco. Pronto se dará carpetazo.

(¡¡¡PLAF!!!)

Hey, ¿y esa cara? No te maldigas ya que eres afortunado. Ahora vives en un envidiable estado de conciencia plena.
No rodees esa humareda. Es tu voluntad, igual de negra e inestable. ¿Temes no ver nada? (¿Qué es eso, una sonrisa en tu cara?)

Vísceras para diversión de buitres.
Rodajas para lechos felices.


Echas a andar por el metro. Manos sudorosas resguardadas en bolsillos.
La marcha fúnebre se detiene en frente de una pareja. Risas, risas (carcajadas). Esas chicas flacas son tan fáciles de matar.

Hermoso chico, hermoso, hermoso, hermoso. Venga, ¡bésame!
Hermoso, hermoso, hermoso. Venga, ¡bésame!
Mi amor hizo presa en ti, hermoso chico.

¿Puedes llegar a oír los susurros de mi espejo? (Dime que si, aun sabiendo que no es verdad).

Oh, mi puta alma, me rindo. Tus sucias mentiras… tus puños, no podrán lastimarme nunca más. (Puedes ir borrando esa estúpida sonrisa que te precede). ¿Sabes? Estos sueños –mis sueños- nunca volverán a limpiar tu sucia boca Galería de muerte

Oh, sombra, puedes acercarte, ya no me asustas. Sólo dile que no venga por aquí. Dile a mi dulce desconocida que no venga. Y déjame morir con el recuerdo de lo que pudimos ser. Con el recuerdo de aquel abrazo aun no consumado.

Tres y media de la mañana

A mi desconocida.

Me embarqué en una expedición. Crucé anchos mares y me topé con sirenas devoradoras de luz. Si, también fui alpinista. Sortee multitud de angostas montañas, muchos desfallecieron por el camino. Aun se preguntan como me mantuve en pie. Me adentré hasta las mismísimas entrañas de la Tierra. En aquellos recovecos hubo una encarnizada batalla entre arañas y murciélagos gigantes. Salí mal parado, pero ello no me trabó. No fue un impedimento para que continuara con mi viaje.

Dentro de una burbuja atravesé el cielo hasta llegar a una colmena de huracanes de hermoso cristal. Intenté sortearles, Dios sabe que es verdad. Pero uno de ellos me consumió.

Un número indeterminado de horas me obligaron a permanecer inconsciente. Al despertar, te encontré al otro lado. Te hice multitud de señas, grité con todas mis fuerzas, golpee el cristal hasta sangrar. Como respuesta a mis plegarias obtuve la visión de tu pálida figura.

Párpados cerrados con fuerza. Hilillos de lágrimas decorando las mejillas...

Soñé que me abrazabas al tener pesadillas. Me dormí dentro del huracán.

Sientes como tu vida se desdice en mil puntos.

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Si conociésemos las consecuencias de ciertos actos, quizás la magia de la incertidumbre pasaría por detrás de nosotros sin apenas rozarnos. ¿Qué sería para nosotros la existencia del propio miedo? ¿Y qué me dices de esa cadena de infortunios como la sudoración de las manos, que la respiración se entrecorte o que los ojos se te llenen de lágrimas?

Quizás entonces, no hubiese besado aquel chico, o tal vez no nos hubiésemos citado aquella tarde.

Me pregunto que estarás haciendo en este preciso instante. Te imagino balanceándote en un columpio, observando detenidamente tus pies en suspensión. ¿Dónde estará ese príncipe azul, o aquel dulce campesino que recorre todo un infierno para rescatar a aquella chica cautiva de ese malvado brujo?



(Dulces preguntas –hermosos recuerdos- de una niña ahogada en tus ojos)