La autorreplicación de los objetos.

Recuerdo que el reloj marcó las 16:40. Allí me encontraba, sentado en una esquina de mi habitación. Los brazos rodeando las rodillas, unos ojos perdidos repasando las juntas de las baldosas. A ratos, esos surcos negros temblaban, creo que querían comunicarse conmigo. Ilusiones provocadas por una vista ahora cansada.

La mirada se detiene en un haz de luz que resiste a ser devorada por la oscuridad. En sus entrañas se aprecia un centenar de motas de polvo en suspensión. Parecían bailar. Me invitaban a moverme con ellas.

Me llevo las manos a la cara. Vuelve un sentimiento que creía ya olvidado, una sensación a la que inconscientemente voy poniendo rostro.