En tu armario.

Oigo sus pasos recorriendo el dormitorio, a veces pesados, otros ligeros pero siempre marcando el ritmo de mi respiración. Acomodado entre tus ropas, los dedos escriben tu nombre en la puerta creando susurro – arañazo, despertando tu inquietud en un principio. Ahora, diriges una mirada hacia aquí con sonrisa cómplice.

Mis compañeros de habitación son estos figurantes de pan, todos ellos con palabras de gratitud hacia esa niñita que los rescató del olvido. Con ellos suelo tomar café con magdalenas.

Hay días en los que reina la prisa en su dulce tic tac. Haciéndola vestir a toda velocidad, lanzando sus vestidos por doquier, cubriendo mi rostro con alguna camiseta voladora. Es en esos momentos, en su ausencia, cuando salgo de este armario en dirección a su cassette para escuchar su música que invita a bailar y soñar.

En las noches frías de tormenta, suele dejar la puerta entreabierta para mostrar que todo va bien y no hay nada por el que preocuparse. Sentada en su avión con destino sueño, lee sus libros de cubierta bonita. Observándola me quedo, hasta caer dormido.